Mira, no estaba muerta, estaba de parranda. O al menos eso quiero pensar. Lo cierto es que viendo mi serie favorita How I Met Your Mother -que si no la has visto, la recomiendo- me vino una idea a la cabeza. Pero primero te voy a explicar en qué consistió dicho capítulo.
Ted, el protagonista, anda por la vida buscando a la mujer perfecta para casarse y tener hijos y formar un hogar. El caballero en cuestión anda con un marco, buscando la pintura que mejor le quede en lugar de comprar la pintura completa -métafora que me encanta usar para todos aquellos que andan con un check list bajo el brazo buscando a su media naranja-.
Lo cierto es que luego de ir a las segundas nupcias de su mamá, Ted se da cuenta de que encontrar a la mujer perfecta no estaba en sus manos, pero tener una casa en donde criar a sus futuros hijos, sí lo estaba. Así que en medio de todo, decide comprar una casa, que por cierto se estaba cayendo a pedazos. Un rancho, como decimos en Venezuela.
Entre un pensamiento y otro, Ted se cuestionaba si había sido o no una buena decisión haber comprado la casa, hasta llegar a la conclusión de que había sido una decisión estúpida.
Y es que fíjense, podemos tener una vida plena y exitosa, sin nada más que pedir. Pero siempre una decisión estúpida, pesará más que mil decisiones acertadas. No sé en qué va eso, pero sí sé que es verdad.
Cuando terminaste una relación, cuando renunciaste a un trabajo para irte a otro que resultó peor, cuando vendiste o compraste un apartamento, cuando te gastaste la quincena en una cartera, cuando decidiste mudarte de ciudad, cuando compraste algo compulsivamente, ¿No te cuestionaste una y otra vez (o te reprochaste) si era una decisión estúpida? Pues sí, déjame decirte que si ahora te estás arrepintiendo, definitivamente fue una decisión estúpida.
Lo que capaz no te ha cruzado por la frente, es que has tomado más decisiones estúpidas de las que crees. Sí, ni más ni menos. La diferencia, lo que realmente te hace un loser o un ganador, es lo que haces con esa estúpida decisión. Si no sacaramos provecho de nuestras malas decisiones, Marck Zuckerberg no habría inventado Facebook, y Steve Jobs probablemente estaría preguntándose si dejar la universidad fue o no, una buena idea.
Decidir es ponerla, ponerla es aprender...la realidad.
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